“… he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” Mateo 28:20.
“El Señor mismo marchará al frente de ti y estará contigo; nunca te dejará ni te abandonará. No temas ni te desanimes.” Deuteronomio 31:8
Cuando nuestro Señor y Salvador Jesús estaba siendo crucificado en la cruz del calvario pronunció estas palabras: ¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?!» (Mt. 27,46; Mc.15,34). Cuando hizo esta exclamación estaba pasando por un momento lleno de angustia, dolor y gran sufrimiento. Fue tanta su agonía que el no podía sentir, o percibir al Dios Padre junto a él; se sintió solo en un momento dado. La presencia de Dios fue opacada por tanto dolor, y sufrimiento – Aunque Dios nunca, ni por un instante le dejó, Jesús sintió que el espíritu de Dios se había apartado de El.
Nunca había entendido a cabalidad tal exclamación, hasta hace poco. Recientemente viví una experiencia muy dolorosa. Estaba pasando por un momento de mucho dolor y gran sufrimiento, acababa de fallecer un ser muy especial para mi; falleció la mujer que dedicó toda su vida a la mía; quien me enseñó, y modeló el amor de nuestro Padre Celestial; quien en innumerables ocasiones me dijo: ‘Miriam, el Señor está con nosotros todos los días de nuestras vidas’ (“… y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” Mateo 28:20). Mientras atravesaba por este valle de dolor y gran pesar, en un instante… por un momento… y por primera vez en mi vida, tuve la sensación de que Dios no estaba conmigo.
Nunca había experimentado algo igual en mi caminar con el Señor. En medio de mi angustia no podía sentir su presencia. Sabía que El nunca me abandonaría, pero… no lo podía sentir. Clame con lágrimas y desesperación a Dios, diciéndole ¡no te puedo sentir, Señor! Que sensación tan triste, tan horrible. En ese momento el Espíritu Santo me trajo a la memoria la escena de Cristo en la cruz del calvario pronunciando estas palabras “¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?!».
Visualizando esta escena, fue entonces que pude entender lo que me estaba sucediendo. Aunque tengo la esperanza y creo en la resurrección, experimentar el vacío que había dejado “mi viejita” y su ausencia fueron tan dolorosa para mí, que opacaba la presencia de Dios en mi vida. En ese instante cedí a las lágrimas, y lloré, lloré, y lloré.
Meditando en esta experiencia, comprendí que hay situaciones tan fuertes en la vida, que aunque no queramos, nos pueden turbar, y hacer sentir la sensación de que Dios no está con nosotros. Pero gracias le doy a El por sus promesas, que son fieles y verdaderas – el nunca nos deja, nunca lo haría.
Cuando la muerte llega a uno de nuestros seres queridos podemos experimentar gran pesar, y sufrimiento, puesto que somos carne/humanos. La Biblia habla que cuando a David se le murió su hijo Absalón, se turbó y lo lloró: “Entonces el rey se turbó, y subió a la sala de la puerta, y lloró; y yendo decía así: ¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón, Hijo mío, hijo mío!” (2 Samuel 18:33). Fue un momento de gran desesperación para David. Abraham también experimentó algo similar al morir Sara su mujer, hizo luto y lloró (Génesis 23:2). Jesús mismo viendo a María llorar por su hermano Lázaro, se conmovió en espíritu y se turbó y lloró: “Jesús entonces, como la vio llorando, y a los Judíos que habían venido juntamente con ella llorando, se conmovió en espíritu y turbose…Y lloró Jesús” (Juan 11:33, 35). Estos ejemplos en la Palabra nos muestran que es de humanos sentir gran pesar y pena cuando se nos va un ser querido. Pero tenemos que tener siempre presente que hay una esperanza maravillosa, y es de verlos de nuevo en nuestra morada eterna, donde nunca más nos separaremos.
He querido compartir esta experiencia con ustedes, porque se que puede ser de edificación para muchos. Porque si me sucedió a mi, a alguno de ustedes, en algún momento dado quizás le ha pasado igual – has sentido que Dios no está contigo – y si es así, quiero decirte, y afirmarte que Dios nunca te dejaría, ni por un instante, al contrario es ahí cuando más cerca está, acompañándote, y sintiendo contigo el mismo dolor y la misma angustia que tu sientes. Puedes que estés pasando por un gran dolor en estos momentos, pero no importa cuan grande sea; o cuan desesperado, o angustiado te encuentres, no quites tu mirada de las promesas de Dios. El sabe exactamente por lo que estas pasando, y si el lo permitió (porque todo lo que pasa en nuestras vidas tiene que ser aprobado por El), no dudes nunca, El no te dejará ni te desamparará (Deuteronomio 31:8) ni por un instante. El ahí estará contigo hasta el fin.